Hay algunos llenos de luz que brillan tanto que casi llegan a cegarte, un resplandor que se te cuela hasta los huesos y te remecen en lo más profundo. Que te hacen recordar quien eres y para lo que estás hecho. Esos instantes en que piensas: quiero estar así de feliz siempre, para toda la vida. Esos que parece que te recargaran completamente de energía, con los que sientes que puedes lograr lo que se te ocurra. Son momentos de impacto que hacen que en cierto punto te muevas de donde estás, en tu mente, en la vida, en lo que sea que estés haciendo, remecen todo a tu alrededor como si despertaras de la tediosa rutina del día a día.
Cierto es que estos instantes no se pueden tener siempre, no son los únicos que hay. Los que han afrontado los amargores de la vida saben que también están sus opuestos y entremedio muchos bemoles que configuran el cuadro final.
A veces aparecen frente a nuestra nariz y no somos capaces de reaccionar y tomar la oportunidad que se nos presenta: un nuevo amigo, un nuevo pasatiempo, una causa por la cual luchar, una aventura, un pequeño riesgo, de esos a los que temes pero que de todos modos aceptas y resultan ser algo maravilloso. Es increíble la cantidad de ellos que se pueden desaprovechar por no prestar atención o simplemente por no atreverse a decir que sí.
Y de eso se trata, de vivir esos instantes intensamente. Disfrutarlos a concho. De esos pequeños destellos se compone la vida. Esos que cuando las canas blanqueen tu cabeza harán que te sientas vivo tan sólo de recordarlos, los recuerdos felices.
La próxima vez que se te cruce una de estas oportunidades, no la dejes ir, no pierdas la posibilidad de atreverte al miedo de lo incierto, confía en tu intuición, decide. Date cuenta cuando tienes mucho que ganar y poco que perder, hazlo, lánzate, lógralo, ilumina tu día, tu semana o incluso toda tu vida, con tan solo atreverte a decir que sí.